2:25 h de duración / Promotor: Ocesa Promotora S.A. de C.V.
José Homero
“Hoy
para mí es
un día especial” (entona en el centro del proscenio), “pues saldré por la noche”
(alargando las vocales), “podré vivir lo que el mundo nos da” (extiende su
brazo derecho hacia el público), “cuando el sol ya se esconde” —se inclina
hacia la izquierda: arrobados rostros a punto de frenesí—, “podré cantar una
dulce canción a la luz de la luna / y acariciar y besar a mi amor / como no lo
hice nunca”. Cuando parece que proseguirá, tras pronunciar “qué…” dirige el
micrófono hacia la multitud, que completa la estrofa: “pasará, qué misterio
habrá? / Puede ser mi gran noche”.
“Y al despertar…”, retoma el cantante y de nuevo responde
el multitudinario coro: “ya mi vida sabrá algo que no conoce”. La antífona
continúa: “La, la, la, la”, marca el tono y la parroquia corea el estribillo,
mientras como auténtico maestro cantor, el divo levanta su brazo encrespando
ese océano sonoro donde la ola es vocal.
Pocos
son los artistas que se arriesgarían a lanzar un verso, seguros de la complicidad
del público. Menos aún, proseguirían durante estrofas este juego que expresa,
más que ninguna fórmula, la unión entre cantante y audiencia. Imbuido como está
de la fidelidad de su feligresía y de la conmemoración de versos y melodías,
Raphael lo cumple, no sólo aquí sino también con “Estuve enamorado” y sobre todo “Estar enamorado”.
El
concierto comenzó treinta minutos atrás, apenas cinco minutos después de la
cita. Raphael ha cantado, sin más saludos ni arengas que sus ademanes (brazo en
alto, mímica de abrazos, besos, mano al pecho cordial). Si decir de un
personaje “que no requiere presentación” es un tropo ya muy rodado, aquí la
piedra recupera su fulgor: ¿para qué cansarse con alocuciones zalameras si
Raphael y su parroquia, saben por qué están aquí? Cantante y devotos conforman
una feliz unidad. Comunión.
Como
bien lo sabe el propio Raphael, sus devotos no sólo vienen a escuchar de pie o
a corear las eternas melodías, ahora también bailan, giran y alzan sus
celulares, como entusiastas coristas o animadores voluntarios. En la gira Resinphónico,
como en el álbum doble editado en 2019, que reúne los discos individuales de
2015 y 2018, Sinphónico y Resinphónico,
se entreveran temas para conformar una imagen cabal del Raphael de la hora, que
como en la conocida frase de Heráclito, aunque no cambie, no se baña dos veces
en el mismo sonido. Lo cierto es que el concierto del viernes 28 de febrero en
el Auditorio Nacional de la Ciudad de México se aparta ligeramente del guion.
¿Será que además del aggiornamiento,
su música requiere un acriollamiento adecuado al lugar de su presentación?
El
concierto se arropa con la majestuosidad acústica de la Orquesta Sinfónica
Metropolitana, que comanda el avilesino Rubén Díez, responsable de la dirección
de las orquestas que acompañan esta gira. Los segmentos componen una especie de
suite o partitura fílmica, acaso porque tanto Díez como Lucas Vidal, el
productor, han incursionado en la composición para cine. El primero es un preámbulo
festivo al sello rafaelita, con himnos de celebración, como “Infinitos bailes”, “Igual” o la recuperada “Inmensidad”,
auténtica puerta temporal que desde el presente atisba el pasado —la grabó a
los 16 años de| su edad—, o que desde el pasado vislumbra un mañana aún por
venir.
El set, marcado por el frenesí y los rutilantes acentos electrónicos que se añaden a la instrumentación acústica
sinfónica —la novedad del sonido resinfónico que dio pie al álbum
homónimo de la gira—, concluye apoteósicamente con “Mi gran noche”, cuya
rúbrica espectacular es Raphael en el podio como hombre
orquesta enfatizando los compases y ordenando con la batuta que la orquesta
acometa a tutti, como un capitán de húsares marcando la carga de la
caballería con su sable.
“Los hombres lloran también” marca el viraje
temático y musical del segundo segmento, permitiendo al intérprete descansar en
un sillón giratorio. Prosigue con “Volveré a nacer”, que acentúa el cariz
melodramático arrancando aplausos de un público convencido de que atestigua una
confesión, cuando en realidad sólo se acentúa la máscara que terminó por
ocultar el rostro del cantante.
Concluido
ese tramo intimista, complementado con “Ahora” —otro soliloquio que simula una recapitulación; esta vez
retomando una pieza de Bunbury, ese gran rafaelita—, “Provocación”, “La
noche…” Raphael finalmente se dirige al público recordando el pasado y
presentando una consola radiofónica. Canta un dueto espectral con la voz de Carlos
Gardel, emitida con todo y la llovizna de scratch de la grabación
monoaural por la añeja bocina (“Volver”); baila el tango a fuelle de bandoneón, con “Malena” —imitación del
acento bonaerense incluido—, y
anuda el vínculo con México y Latinoamérica interpretando “Adoro” de Armando
Manzanero, “Fallaste corazón” de Cuco Sánchez, “Gracias a la vida” de Violeta
Parra, y “Que nadie sepa mi sufrir” de Julio Jaramillo, acompañado en esta serie por el impecable
Juan Guevara a la guitarra eléctrica y acústica.
Entre
esta cosecha americana intercala “Estar
enamorado”, para solaz de la audiencia, literalmente colmada de todas
las edades: hay jóvenes casi adolescentes que no dejan de bailar todo el
concierto; emocionados ancianos con calvicie ondeando sus celulares al compás
de “es que estás / enamorado”; mujeres contemporáneas del ídolo palmean
bamboleándose; hipsters pilosos que a través de sus gafas miran encandilados.
La noche es rutilante: a la luz de las luminarias cuyos haces se filtran desde
el techo, como estrellas en una noche que anuncia la primavera, responden guiñando
las luciérnagas de los celulares.
En
el último tranco refulgen las gemas más brillantes de la corona rafaelita: “En
carne viva”, “Que sabe nadie”, “Yo soy aquel”. Concluye con un tríptico, invisible
encore que evita la convención de retirarse para volver ante el reclamo.
No es necesario, la gente no ha cesado de gritar, de corear su nombre, de
aplaudir de pie, de refrendar con aullidos sus gestos… Suenan los acordes de aquella
canción de Willy Chirino que renovó el sonido de Raphael antes de que se
convirtiera en el padrino del indie y en el más moderno de los modernos
españoles.
Contra
la pantalla se proyectan siluetas de bailarines callejeros, casi breakdancers.
En la conclusión, Raphael
se da el lujo de rapear, aunque
con más cachondería gitana que chulería barrial. Febril, se trepa traviesamente
otra vez al podio agitando los brazos/encrespando a ese mar de cabezas. “Qué
escándalo”. Es el preámbulo a “Como yo te amo”, cuya interpretación estremece y
humedece los ojos. Más que una canción pareciera un himno, la declaración de
amor de sus fieles; apoteosis de una ceremonia que refrenda la alianza entre
pueblo e ídolo.
Y
mientras la sección de cuerdas y el ritmo de andante presagia lentamente la
conclusión de la noche, Raphael emerge por sobre el arrecife, en medio de la
espuma sonora, más divo que nunca, más joven, más inmortal. Le entregan la
bandera de México, se envuelve en ella, se dirige hacia la salida, permanece
fuera unos segundos, los necesarios apenas para ahora sí, regresar reclamado
por el público e interpretar a capela unas estrofas de “A mi manera” y finalmente
retirarse, no sin antes decir: “Los amo México, los quiero”. Un concierto de
duración inédita, con más de treinta canciones y que, por razones ignotas, sonó
a despedida. El canto del cisne de un inmortal. ♪
Programa
Intro (Yo
soy aquel introducción orquestal) / Infinitos bailes / Igual (Loco por cantar)
/ Aunque a veces duela / Inmensidad / No vuelvas / Digan lo que digan /
Mi gran noche / Los hombres lloran también / Volveré a nacer / Ahora /
Provocación / La noche / Volver / Malena / Yo sigo siendo aquel / Estuve
enamorado / A que no te vas / Sí, pero no / Adoro / Por una tontería / Cuando
tú no estás / Estar enamorado / Gracias a la vida / Que nadie sepa mi sufrir /
Fallaste corazón / La quiero a morir / En carne viva / Qué sabe nadie / Yo soy
aquel / Escándalo / Como yo te amo / A mi manera.
Raphael
en internet: http://raphaelnet.com
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