En vivo desde el Met de Nueva York / 11 de enero, 2020 /
Función única / Duración: 1:42 h / Promotor: FUAAN.
Marcela Rodríguez
Loreto
Es un mañana
soleada. Parejas y grupos de amigos atraviesan Reforma hacia el Auditorio.
Nadie vende playeras, carteles ni souvenirs al pie de la escalinata. Sin
embargo, se percibe en el ambiente ese gusanito que provoca asistir a un
concierto, una cierta emoción, digamos. Carente del barullo de las noches, esta
vez se trata de una energía reposada. Pero la excitación es latente.
Estamos a
punto de presenciar una experiencia del tipo Yin y Yang. La animación de
William Kentridge con personajes de carne y hueso, transmitida desde el
Metropolitan Opera de Nueva York a la pantalla gigante del Auditorio: Wozzeck.
En una
puesta en escena menos convencional tal vez habría que comenzar señalando que
se trata de la ópera de Alban Berg, estrenada en el Staatsoper de Berlín en
1925. Una ópera de ruptura: el antes y el después. Sólo que, señores y señoras,
esto, el Wozzeck que ha montado el artista plástico y animador
sudáfricano, es la realidad desdoblada.
Porque a
cambio de no estar sentados en el Met, tenemos la oportunidad de apreciar cómo
lo que sería una transmisión de alta definición en vivo se convierte
precisamente, por la pantalla, en una de las animaciones de Kentridge.
Allí están
Peter Mattei (Suecia, 1965) en el protagónico del recluta atormentado, con su
voz profunda de barítono, esa tesitura que se desmarca de los tenores
románticos y se destina a seres complejos, antihéroes y villanos. La soprano
Elza van den Heever (Sudráfrica, 1979) como la infiel Marie. El Tambor mayor,
el tenor británico Christopher Ventris (1965), manzana de la discordia que
cierra el triángulo amoroso.
Mientras el
público va tomando su lugar, la pantalla espejea a los asistentes del Met
haciendo lo mismo. Algunos de pie platicando amenamente. Aquí y allá no es
sentido figurado. Dos realidades paralelas se funden en una, más la dolorosa
realidad que sitúa la historia en una Alemania próxima a la guerra. ¿A cuál? Berg
no lo específica. El libreto que escribió se basa en la obra de teatro del
siglo XIX, Woyzeck, de George Büchner.
Kentridge la
sitúa en el preámbulo de la Primera Guerra Mundial. El espectador se percatará
del atemporal entramado. El soldado raso Wozzeck y su mujer Marie asestan, en
estilo recitativo, bofetada tras bofetada a las buenas conciencias. Berg creó
una inquietante trama expresionista para la anécdota del hombre engañado por su
mujer, que en un arranque de ira la apuñala, y la justicia divina se lo cobra
ahogándolo cuando intentaba recobrar el cuchillo que dejó caer en el lago.
En el
primero de los tres actos, Wozzeck sostiene un diálogo con su capitán. Éste lo
acusa de carecer de moral, ya que tiene un hijo fuera de la iglesia. Wozzeck
revira: “En este mundo, sin dinero no se puede criar a un niño con moral”. Un niño marioneta con el rostro cubierto con
una máscara de gas. Y agrega: “Debe ser bueno tener virtud, pero soy un hombre
pobre. Nuestra clase es miserable en este mundo y en el próximo. ¡Si entramos
en el cielo, será sólo para ayudar a crear truenos!”
Esta primera
escena establece la producción de Kentridge. Si el libreto original sitúa la escena mientras Wozzeck corta el
pelo al capitán, el artista sudafricano cambia el peine y las tijeras por una
cámara de filmación proyectando dibujos al carboncillo, cuerpos desvanecidos,
rostros destrozados, al tiempo que el soldado revisa el carrete de negativos.
La sensación de asomarnos a una cámara dentro de una pantalla se confirma.
El Yin y el
Yang. Afuera la luminosidad. La calma de
una mañana común y corriente. Adentro lo apocalíptico. El caos. Los trazos
gruesos al carbón de Kentridge que abarcan todo el escenario: campos de
alambrada, cuerpos caídos. Y Wozzeck padece tal estrés que escucha voces donde
no las hay; imagina que el mundo se incendia, y nadie más ve las bolas de
fuego. El doctor Clavos de Atáud cree que el soldado sufre una aberración.
Marie se
entretiene con el Tambor mayor de la banda de guerra. Tiene fama de casquivana
y se conduce con desplantes. En su coqueteo hay un dejo de amargura. Wozzeck se
entera de que es cornudo cuando todo el pueblo lo sabe. El soldado, que se
alquila como conejillo de indias del doctor Clavos de Ataúd, y entrega su paga
a la mujer, no duda a la hora de clavarle un cuchillo.
Nuestros
oídos han seguido los clarinetes y las cuerdas dramáticas subiendo y bajando
como en montaña rusa. Berg entreveró prolongadas tonalidades con lo
esctrictamente atonal y engarzó las voces conformando lo que suele llamarse
trabajo de una sola pieza. Kentridge acarició la obra total: música,
canto, teatro, pintura. ♪
Programa
Wozzeck, ópera en tres actos de Alban Berg.
Estreno mundial: Staatsoper, Berlín, 14 de diciembre de 1925. Director de orquesta: Yannick Nézet-Séguin.
Producción: William Kentridge. Codirección: Luc De Wit. Diseño de escenario:
Sabine Theunissen. Diseño de vestuario: Greta Goiris. Diseño de iluminación:
Urs Schönebaum. Elenco: Marie, Elza van den Heever, soprano; Margret, Tamara
Mumford, mezzosoprano El tambor mayor, Christopher Ventris, tenor; El capitán,
Gerhard Siegel, tenor; Andres, Andrew Staples, tenor; Wozzeck, Peter Mattei, barítono;
Doctor, Christian van Horn, bajo-barítono.
The
Metropolitan Opera en Instagram @metopera
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