20 de noviembre, 2019 / Función única /
2:30 h de duración / Promotor: FUAAN.
Alejandro González Castillo
Como
si frente a extraños se hallase, Francisco Céspedes advierte que le fascina
platicar, soltarse sin atender el reloj ni las limitantes de la corrección
política. “A mi me gusta hablar, aunque a veces diga cosas que a la gente no le
gustan”, comenta. “Soy sincero, sin filtros, afortunadamente tengo la libertad
de decir lo que me venga en gana… hasta que me metan preso”. Lo que el cantante
no considera es que su posible reclusión, al menos esta noche, podría suceder una
vez que comience a hacer lo de costumbre: declararse un enamoradizo marca
diablo, adicto a los encuentros fortuitos en lugares peligrosos.
El
hombre aparece apoyándose en un bastón, aunque de inmediato lo bota por ahí con
todo y lentes para dar unos cuantos pasos de baile y arrancarse con “Cruzando
caminos”, interpretado al estilo big band que abre el abanico de
cadencias que esta vez se darán cita, donde lo mismo cabe el bolero que el son,
la rumba a la Miami Sound Machine que la balada a la Joe Cocker. Sin embargo, el
cubano pronto recurre a un sillón para acomodarse cruzado de piernas y revelar
que ese vaso del cual sorberá a lo largo de la noche contiene jugo de uva; “¿Para
qué tequila, si ahora hasta sobrio me caigo de las escaleras?”, argumenta
risueño.
El
de la barba cana trae un grueso racimo de canciones, pero también de historias
y reflexiones que saltan a la menor provocación, como chapulines en pastizal.
El chisme de aquel bolero que le escribió a una cubana, los detalles de la vez
que estuvo a punto de estrangular a cierto adolescente que se atrevió a
estrujar el corazón de su hija, la crónica del día en que se asumió como un
anárquico liberal, el análisis de las diferencias que hay entre las mujeres de Miami
y “Chilangolandia”. Y es justo ése el tema al que más recurre: la mujer. De
arriba a bajo lo anda, impidiéndole a los presentes que se mesuren al ayudarlo:
“Canten, canten fuerte conmigo, vamos, desahóguense”.
Nostálgico,
constantemente recuerda “cuando era Juan Camaney” y las podía todas. Y lo hace
hinchando las venas de su cuello cuando la hora de suplicar llega, al momento
en que le canta con amor de una “eterna compañera de aventuras”, pero también
al instante en que se pone canalla y asume que eso de ser infiel nunca se le ha
dado. Como sea, busca apoyo en el respaldo de ese mullido asiento al que va y
viene, según la intensidad de sus composiciones se lo solicitan. El mueble se
asoma como su ancla cuando le falta el abrazo de sus invitados (Franco y
Eduardo García Márquez) y la inspiración de sus pilares (Consuelo Velázquez,
Billie Holiday, Armando Manzanero) se hace patente.
“Me
pusieron Pancho Céspedes en honor a un abuelo mío que murió de tristeza”,
suelta el compositor antes de irse tal como llegó: dando detalles de sí mismo,
como si nadie lo conociera. Dice contar con 63 años de edad y desconocer si la
clave suena como “una sirena o un pajarito sobre una azucena”. Cuenta que vive
en Cancún y que duda que el karma exista. Pero más allá de eso, antes de decir
adiós coqueteándole a una dama que con él brinda en una mesa cercana al
escenario, canta que lo suyo, que ni duda quepa, es y será la libertad, bien lejos
de las rejas. Es decir, vivir la vida loca. ♪
Programa
Cruzando
destinos / Parece que / Dónde está la vida / Qué hago contigo / A veces /
Todavía / Que tú te vas / Oye bien la clave / Quédate más / Remolino / Toda la
vida (con Franco) / Bésame mucho /
Interludio / Contigo aprendí / Si no fuera por ti / You’re so beautiful / I’m
fool to want you / Jamás he sido infiel (con
Eduardo García Márquez) / Pensar en ti / Nadie como tú / Señora / Como si
el destino / Átame la mirada / Todo es un misterio / Se me antoja / Vida loca.
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