Una noche con... / 10 de mayo, 2019 / Función única / 2:10 hrs. de duración /
Promotor: Fideicomiso para el Uso y Aprovechamiento del Auditorio Nacional.
Redacción
Hay géneros musicales que respiran con amplitud sin
necesidad de cobrar omnipresencia en los medios de difusión. En tiempos de
trap, reguetón, de banda y de retromanía, el bolero se da amplio vuelo en el Lunario,
donde una vez más Carlos Cuevas, con una depurada selección de temas, convoca a
los amantes de ese género para celebrar a las madres en su día.
Los amantes de la canción vuelta romance que esta
noche colman el recinto se dividen en los que asisten con la festejada y en los
aprendieron sus primeras canciones en voz de una mujer que hoy es recuerdo y
vienen, precisamente, a darle fulgor con esos versos que restriegan la herida y
también la alivian.
Cuevas lo sabe y se muestra emocionado ante la
oportunidad de tener un coro de varios centenares, dispuesto a confirmar que el
bolero forma parte del ADN de México. Brinda, conversa y hasta ofrece detalles
de conocedor: en este encuentro imperan las maracas y los requintos con cuerdas
de nylon, como dicta la tradición. Pero el bolero también emplea vestuario
contemporáneo y no excluye teclados, alientos, batería y bajo. Sea cual sea el
ajuar, su público le acompaña sílaba a sílaba.
“Soy bolerista por convicción y no por moda. Le doy
gracias a Dios y al bolero de que exista para que pueda cantarlo”, ha dicho
Cuevas y no sobra ni falta palabra alguna a su declaración para que sea
verídica a lo largo de dos horas en que se escuchan clásicos como “Lágrimas
negras.”, “Cenizas”, “Mi último fracaso” o “Contigo aprendí”.
Al amor lo derrota la muerte o la separación, pero la
música sigue siendo una manera de posponer la llegada de alguna de esas
conclusiones, tan comunes para nosotros. El bolero, milagro sonoro, nos permite
creer que el viaje amoroso tiene inicio pero no destino último. ♪
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