2 de junio, 2018 / Función única / 1:45 hrs. de duración /
Promotor: Eje Representaciones S.A. de C.V.
Fernando Figueroa
6
de mayo de 2018. Un reportero sale a la calle y le pregunta a la gente quién es
el mejor comediante de México. Los entrevistados responden: Eugenio Derbez,
Franco Escamilla, Sofía Niño de Rivera, Ricardo O’Farrill. Al periodista no le
gusta nada el resultado porque en realidad se trata de Fran Hevia con micrófono
en mano. Resignado, opta por informar a los transeúntes que próximamente se
presentará en el Lunario del Auditorio Nacional.
En
otro video, publicado el 28 de mayo, Adal Ramones dice frente a la cámara: “¡Fran
Hevia, el 2 de junio en el Lunario, no se lo pueden perder!”. Luego se ve que Fran
le da quinientos pesos a Ramones, quien se persigna con el billete y añade: “Es
el primer promocional que hago hoy, y ahorita voy a otros lados para hacer más”.
Toda esa chacota está en la página de Facebook de Francisco González Hevia,
quien agradece el apoyo “desinteresado” de Adal.
El
sábado 2 de junio ya llegó y en el vestíbulo del Lunario se ofertan camisetas
con la imagen de una rata fumando y otras con un perro cuyo ladrido no es “¡guau!”
sino “¡güey!”. También un CD con el título #Semehizofácil.
El
interior del recinto luce lleno de jóvenes que se desternillan de risa con las
ocurrencias de Hevia, estandopero de
treintaiún años que ha hecho guiones para programas de televisión como La familia P. Luche, Vecinos y En la jugada. También ha participado en el canal Comedy Central (Latinoamérica).
El
comediante es fan de los animes doblados
al español y de eso trata una de sus rutinas más largas. Combina el estilo
hierático de los personajes japoneses con lenguaje procaz chilango; el
resultado produce carcajadas y gritos de euforia como si en el escenario
estuviera un rockstar. Tal vez a eso se
deba que el mexiquense haya tenido tanto éxito en el pasado Vive Latino.
La
primera regla del stand up es que (casi)
todo se vale, así que en los monólogos priva lo políticamente incorrecto y una
especie de desnudamiento por parte de quienes se burlan de medio mundo, en
especial de ellos mismos. Se trata de no dejar títere con cabeza.
Hevia
pasa lista a quienes se les ocurrió ilustrar las cajetillas de cigarros con
ratas muertas, a los que bailan canciones de Caballo Dorado en las bodas y
quienes eligen trabajos raros como proctólogo o community manager. También se pregunta por qué ciertas tiendas
departamentales sólo venden muebles enormes o productos de primera necesidad al
mayoreo, con todo lo que eso implica para alguien que vive en un pequeño
departamento.
A
sus evidentes dotes histriónicas hay que sumar un impecable timing al incrustar silencios, ademanes
y gestos o para cambiar de tema. Sabe medir las reacciones del público y
responde sobre la marcha cuando alguien hace un comentario en voz alta.
Fran
es un solitario que no anda en busca de un ser que le endilgue toda clase de
responsabilidades sino que simplemente lo acompañe al cine o al hotel. Su mayor
duda en esta vida es cómo le hacen los perros para pegar anuncios en los postes
y así avisar que están perdidos; los imagina entrando a un internet público para
redactar su S.O.S. y añadir una foto pepenada en Google de cualquier ejemplar
de su misma raza y color. Luego hace una imitación de los canes de garage o patio delantero que defienden
su territorio con fiereza.
La
sesión dio inicio con otros dos estandoperos
que además son tocayos: Ricardo Pérez y Ricardo O’Farrill. El primero habló de
su paso por la Universidad de L.A., es decir de Las Arboledas (Tlalnepantla), y
de las mentiras que dicen las mamás para que sus hijos pequeños no hagan bizcos
ni se truenen los dedos. También se refirió con jiribilla a los traumas que han
provocado los sismos en los millenials.
En
su turno, O’Farrill recordó anécdotas con toda clase de promotores de sus shows en ciudades del interior de la
República, y del día en que se cayó cuando llevaba una chela en cada mano. Antes de irse le advirtió al público que la
presentación del comediante estelar sería grabada para transmitirse luego en
alguna plataforma virtual, y que él mismo iría a confiscarle el celular a quien
se atreviera a tomar fotos o grabar video.
Nadie
arriesgó su teléfono portátil. Una vez finalizada la risoterapia, los asistentes salieron felices y relajados para
comprar camisetas con ratas y perros impresos o un CD de Fran Hevia. Otros
preguntaron cuándo podrían ver en internet lo que acababan de presenciar en
vivo. ♪
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