Foto: Chino Lemus / Colección Auditorio Nacional.
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Turn up the quiet World Tour / 21 de abril, 2018 / Función única /
2:00 hrs. de duración / Promotor: OCESA Promotora S.A. de C.V.
David Cortés
Hay noches de
calma, tiempo para el ensueño, la paz y la contemplación. Hoy es una de ellas.
Diana Krall sale al escenario en medio de una gran ovación y sin mediar palabra
se sienta al piano y ataca las primeras notas a las que luego se une su
cuarteto: Robert Hurst, contrabajo; Anthony Wilson, guitarra; Stuart Duncan,
violín; Karriem Riggins, batería.
El tema es la
carta de presentación. Permite a la pianista soltarse y a sus músicos entrar en
calor; también aprovechan para dejar asentado el tono de la sesión. La
canadiense es fiel a lo suave y abundarán los solos para el lucimiento propio y
de sus acompañantes.
A lo largo del encuentro, esta mujer poseedora
de una voz de contralto interactuará frecuentemente con un público que, a
juzgar por el silencio que impera en la mayoría de las interpretaciones, le
prodiga respeto. Ella, receptiva, sabe que cualquiera de sus movimientos
repercutirá en un mayor embeleso, pero dosifica con sabiduría esos guiños.
Apenas para presentar su segunda interpretación
cuenta que llegó un día antes y que tuvo tiempo para pasear por un parque y
contemplar a algunas de las familias con sus hijos, lo que la hizo pensar que
en una próxima ocasión deberá regresar, pero “saben —dice—, hay dos chicos en
casa de once años que no siempre lo permiten. Bueno, un día deberíamos venir
todos”. Sin decir nombres, se refiere a los gemelos que tienen ella y su esposo
Elvis Costello.
Krall, cuya carrera profesional comenzó cuando
tenía quince años y tocaba en restaurantes locales de su ciudad natal (Nanaimo,
Canadá), es uno de esos fenómenos comerciales que, periódicamente, aparecen en
la escena del jazz: reúne talento, belleza, carisma y con esos elementos forja una
carrera exitosa que lleva temporalmente a un gran público hacia ese género.
Hoy ha dejado a un lado las composiciones
dinámicas para concentrarse en las lentas y de medio tiempo, apoyándose además en
temas de Cole Porter, Joni Mitchell, Antonio Carlos Jobim, Bob Dylan y Tom
Waits, entre otros, lo cual muestra que lo suyo es en la canción sin importar su
procedencia.
La rubia privilegia el trabajo de sus músicos.
Si bien su talento en el instrumento de las blancas y negras es innegable, los
solos que entrega son escasos y las más de las veces breves, mientras que los del
violín y la guitarra se tejen con suavidad y van encadenando las notas hasta
generar algunos de los momentos con mayor brillo de la noche. El fragor aparece
en “Temptation” que se adorna con una fiera ejecución de la guitarra y un piano
candente de ritmos latinos.
Krall pregunta constantemente cómo la están
pasando, cuenta brevemente algo acerca de lo que va a cantar, se congratula de
estar en el país, no le importa detener un tema y reconocer que ha errado las
notas, pero su voz se perla de suavidad. De pronto, abandona momentáneamente su
lugar y esto es aprovechado por su baterista, que hace un poco de los suyas con
el apoyo de la gente.
Esos destellos no ocultan el tenue color rosa
que se esparce en las canciones de Irving Berlin, Jesse Greer o Fred Rose que
la pianista recoge y a las cuales les hace unos arreglos tan mullidos como un
almohadón de plumas. De hecho, cada vez que su voz acomete una letra, ésta
parece un susurro, una especie de jaculatoria dirigida a las múltiples
encarnaciones de Eros y Cupido.
Krall se regodea en la exploración amorosa y
cuando llega el momento de las despedidas no duda en hacerlo con “Bésame
mucho”, de Consuelo Velázquez, que entrega con una pronunciación en español que
corrigen sus fans. Al final, cierra con un par de temas de Bob Dylan que en su
voz suenan bien, aunque despojados de testosterona. ♪
Honores,
premios y lo nuevo
A lo largo de su trayectoria, la
pianista-cantante ha sido merecedora de diversos reconocimientos. Al comenzar
el siglo, apenas siete años después de su debut discográfico, recibió la Orden
de la Columbia Británica; cuatro años más tarde se le concedió un lugar en el
Paseo de la Fama de Canadá y en 2008 la Plaza Nanaimo Harbourfront fue
renombrada en su honor.
Desde su aparición se ha convertido en una
habitual de los premios Grammy y en 2000 consiguió uno por “la mejor actuación
vocal de jazz” por el álbum When I look
in your eyes; en 2003 ganó en la misma categoría por el disco Live in Paris. Asimismo, ha sido
nominada doce veces a los Juno Awards —fundados
en 1970 por la Academia Canadiense de las Artes y las Ciencias—
y en ocho ocasiones lo ha ganado, seis de ellas en la categoría de Mejor disco
de jazz vocal por When I love in your
eyes (2000), Live in Paris
(2003), The look of love (2004), The girl in the other room (2005), Christmas song (2006) y From the moment on (2007).
Su actual gira surge a partir del álbum Turn up the quiet (2017), producido por
Tommy LiPuma, quien falleció dos meses antes del lanzamiento. Incluye el tema
“Sway”, de Luis Demetrio y Pablo Beltrán Ruiz, que en el Auditorio Nacional
sonó en inglés en la voz de Diana Krall, y en español (“¿Quién será?”) gracias
al coro sentado en las butacas. (D.C.)
Programa
’Deed I do / The girl from Ipanema / L-O-V-E /
Night and day / Isn’t it romantic / On the sunny side of the street / Blues
skies / Quiet nights / Moonglow / Temptation / A case of you / Just you, just
me / Bésame mucho / Sway / Wallflower / This dream of you.
Foto: Chino Lemus / Colección Auditorio Nacional. |
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