No es el de Netflix / 5 de diciembre, 2017 / Función única /
1:40 hrs. de duración / Promotor: Multiopciones de Entretenimiento S.A. de C.V.
1:40 hrs. de duración / Promotor: Multiopciones de Entretenimiento S.A. de C.V.
Gustavo Emilio Rosales
Repasemos
sus síntomas: dolor agudo en la zona que compromete los cachetes, el arco de
Cupido y el hueco del mentón, a raíz de una risa irrefrenable; huracán en la
panza, de tanto estimularla a carcajadas; enigmáticos ataques de una
efervescencia en la que se mezclan estornudos malogrados, tos jocosa y una rara
fricción en la potencia de goce, semejante al recorrido del chile que, mezclado
con un sorbo veloz de refresco, se nos sube a la nariz; ensueños. Ni duda cabe
que usted padece los efectos fisiológicos de una noche de humor desatada por
Sofía Niño de Rivera, la mujer que ahora tiene en su puño la alegría de diez
mil personas, con tan sólo hacer uso brillante de la (im)pura verdad.
Bella,
Sofía hace el papel de una mujer poco agraciada, pero absolutamente segura de
sí misma, ya que ha decidido no deber nada al mandato de cumplir con moldes
instituidos de estética social. He aquí una llave maestra por medio de la cual
la comediante nacida en la Ciudad de México, a inicio de los ochenta, abre la
percepción de almas dispuestas a comer de su mano: la contradicción de lo real
sorprendida en el acto —“con las manos en la masa”— y transmitida sin anestesia
por medio de una lengua karateca, que no toma prisioneros.
No
va sola contra el mundo, sino que es el mundo en sí, deambulando por un cuarto
tapizado de espejos. A la manera del antiguo filósofo Diógenes de Sinope, apodado,
para orgullo propio, como El Perro, adopta
las complejidades del alma humana en su justa medida e inocula en cada frase un
virus de certeza que tiene la misión de poner freno a las posturas
rimbombantes, a los bailes de máscaras, a las transas de mago de feria por
medio de las cuales los hombres de poder ganan más poder. “Hablando de muertes,
con lo que empecé, díganme por aplauso dónde están los casados… ¿Ven? Un
aplauso triste, cansado, deprimido; gracias por usar la única energía que les
queda para participar en mi show, yo
sé que la están guardando para que funcione su matrimonio, pero les tengo una
mala noticia: no va a funcionar…”.
Viste
toda de rojo, pero ni aún así condesciende al albur, a la banal vulgaridad. Se
sabe inteligente, perspicaz. Sale de noche a cazar su presa predilecta: la
percepción de espectadores que apaciblemente pastan en las praderas de los usos
y costumbres. “Entonces, me pasó por la cabeza exactamente lo mismo que están
pensando ustedes…”, dispara, justo después de narrar un malentendido en el que
ha puesto en juego una parte del cuerpo de su novio, y la multitud reacciona
como brasa frente al aire: se torna espuma que va de risas a sonrisas. Así
eres, así soy; es lo que hay. Sofía —nombre de una antigua diosa del saber— nos
muestra lo que somos bajo los maquillajes y el disfraz utilizados para erigir
la identidad, y esa revelación, que pudiera fulminarnos, desata hilaridad. Es
la teoría de la comedia encarnada en una actriz que cumple con destreza la
misión más alta de sus género y estilo artísticos: revelar y punzar, embromar
revelando.
Si
fuera del recinto el clima frío va en aumento, dentro de él los asuntos humanos
se calientan progresivamente, con la audaz sapiencia histriónica de Sofía como dispositivo
radiador. La ruta de su arte visita los parajes de la autocrítica, el absurdo,
la burla inapelable y ese tipo de confesión fatal que atinadamente hemos dado
en llamar sincericidio. Ni siquiera
sus papás, aquí presentes, quedan a salvo de una metralla humorística que tiene
como guía el concepto de que, entre más mal estés, estás mejor, pues pocas
cosas peores te pueden ya pasar. A manera de emblema de este enfoque teatral
basado en el sarcasmo, el espectáculo comienza con un telón cerrado, pero
transparente; alcanzamos a divisar una silueta femenina que suponemos sería
Sofía, quien se eleva a metros de distancia del piso y cae. Se escuchan gritos
de horror. ¿Algo ha fallado? ¿Fatalidad? Cuando Sofía aparece, la muchedumbre
se rinde ante ella, con aplausos y vítores. “La muerte pone en perspectiva los
hechos”, afirma, “si ahora yo me equivoco o no les gusta mi show, pensarán cual consuelo que podría
haber sido peor: podría haber muerto”. Ante tal argumento y sus multitudinarias
consecuencias a la vista, se traza con énfasis la posibilidad de que reírse de
uno mismo se convierta en una esperanza veraz y siempre disponible. Acto de
honestidad, acto de amor: acto de humor.
Así soy, y qué
La
traducción al idioma español del término stand-up
comedy sería comedia de pie, aunque también se le llama comedia en vivo o comedia
de improvisación. Se trata de un desarrollo verbal de anécdotas humorísticas
que lleva a cabo un actor que no intenta representar personajes, sino encarnar
preocupaciones, anhelos, vicios y sucesos inconfesables, que podrían estar
estrechamente relacionados con las obsesiones cotidianas de su audiencia.
Aunque el género es nombrado en idioma inglés, incluso en países
hispanohablantes, su origen antiguo involucra el desempeño público de bardos,
trovadores, merolicos y pregoneros de numerosas tradiciones. En América Latina
es fuerte la influencia de esta manifestación artística, al grado que
comediantes famosos, como la argentina Malena Pichot, devienen en territorio
propio de líderes de opinión.
La
sorna y el desparpajo con que Sofía adereza sus cómicas rutinas provienen,
según declaraciones de la propia standupera,
del bullying (acoso físico y
emocional) ejercido por sus hermanos sobre ella. No importa si este hecho es
falso o verdadero, lo significativo es que implica una estrategia quizá
infalible para desatar el humor: la violenta señalización de lo ridículo y
absurdo, ejercida con ingenio que se solaza en tintes de crueldad, mientras
teje los rizos de la ironía más afilada. No pocos chistes famosos —Groucho
Marx: “Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como
yo”; Les Luthiers: “Hay un mundo mejor, pero es carísimo”— parten de dicha
condición.
Niño
de Rivera —quien ha sido amenazada de muerte en las redes sociales, debido a lo
picante, quizá incómodo, de su juego de ironía— logra el prodigio de llenar el
Auditorio Nacional con un programa de stand-up
que no se aleja de la convención que el género establece para su propio
ecosistema: bares, teatros pequeños, salones de fiesta. Con un telón cerrado
tras ella, por cuya transparencia se vislumbra una serie de grandes lámparas
ambarinas, recortadas sobre un fondo azul cobalto, se limita a deambular por
una zona acotada del proscenio. Conversa con un público legión como si
compartiera una cuita o una ventura con dos o tres cómplices de café favorito.
Un fenómeno, sin duda, en el circuito convencional del espectáculo. (G.E.R.)
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