13 y 14 de mayo, 2005 / 514 asistentes / 2 funciones /
1:45 hrs. de duración / Promotor: Alex McClusky
¿Cuál es la cuna del tango? La coreógrafa argentina Esther Soler se ha propuesto mostrar las raíces y evolución de esta expresión popular que, como el jazz o el blues, creció a las orillas de un río. Esta noche, la también bailarina y cantante es guía en el viaje al pasado, donde los asistentes serán bañados por el caudal sonoro del Río de la Plata.
A todo tango es el título de la travesía que comienza en el siglo XVIII. Los tambores inauguran la fiesta con un “Candombe”, danza de origen africano que llegó a territorio argentino con los esclavos negros de la colonia española. Sí, al parecer, la semilla más antigua del tango salió de África y encontró tierra fértil. Ahí creció y entregó frutos al mezclarse con otras músicas y constituirse como todo un género que fue llevado a París, al comenzar el siglo XX, para después regresar a su lugar de nacimiento. El tiempo, la pasión, la nostalgia y la sensualidad contribuyeron a que se diera la metamorfosis.
El ritmo del tambor sorprende a muchos de los elegantes y maduros viajeros que esta noche se han reunido en el Lunario. La extrañeza se desvanece cuando la música negra da paso al producto del mestizaje y se escuchan las notas de “El esquinazo”, de Ángel Villondo, y “La trampera”, una composición del gran bandoneonista Aníbal Troilo. Esa nostalgia que provocan la música y poesía rioplatense se muestra en todo su esplendor cuando la voz de Esther Soler confiesa: Sueño con el pasado que añoro, / el tiempo viejo que lloro / y que nunca volverá, esa declaración que en 1934 escribió Alfredo Le Pera y que con la voz y música de Carlos Gardel se instaló en el inconsciente colectivo. Y llega el baile. Las parejas toman el escenario y se unen a la detonación de emociones que provocan desde hace varios minutos el bandoneonista Coco Potenza, el pianista Pablo Ahmad, el bajista Manuel Domínguez y el guitarrista Hebert Orlando.
A lo largo de la noche, el espectáculo lleva de la cintura a los escuchas por el arrabal, por los cabarets parisinos —en donde el tango ganó prestigio—, por los salones argentinos que aceptaron esta expresión dancística cuando ya tenía un aire europeo. Las cuatro parejas de bailarines se encargan de mostrar la evolución del baile que en el siglo XIX obtuvo la condena del papa Pío X y ahora muestra sin empacho su juventud, atrevimiento, sensualidad y pasión. Por momentos, la emoción se corta. Recurrir a pistas musicales es algo que no le sienta al espíritu libre del tango. El camino se rectifica y el cuerpo se estremece cuando una zapatilla acaricia la duela y los músicos, sobre todo Potenza y su bandoneón —instrumento en cuyo sonido está la savia del tango—, se apropian de nuevo de las notas y Esther Soler deja que su voz se empape de “Nostalgias”.
El viaje termina. Se regresa al ritmo primigenio con el tambor y se recuerda lo que alguna vez dijo el crítico musical José Luis Salinas Rodríguez: “El tango convence con el más simple de los argumentos: su capacidad de emocionar”.
Programa
El cuando (Danza criolla de 1800)
Oro y plata
El esquinazo
El Porteñito
La Trampera
La puñalada
Con permiso, soy el tango
Cuesta abajo
La canción de Buenos Aires
Bailarín compadrito
Silbando
Mala junta
Un momento
Tanguera
Mi noche triste
Volver
Por una cabeza
A media luz
Caminito
Triunfal
Adiós Nonino
Libertango
Serenata a la luz de la luna
Bajo fondo
Perfume de mujer
Tango Crash
La Yumba
Remix
Sur
Cristal
Nostalgias
Los mareados
Uno
La Comparsita
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