20 al 24 de abril, 2005 / 30 347 asistentes / 6 funciones /
2:45 hrs. de duración / Promotor: Ars Tempo, S.A. de C.V.
La primera imagen es impactante: la princesa Odette, una mujer de hermosura animal, se transforma en cisne entre una marea de tela negra agitada, como dos enormes alas, por el hechicero Rothbart. Este inicio nos coloca frente a frente con la descomunal sensualidad del ballet. Apareamiento de contrarios. La bailarina Simona Noja es a un tiempo frágil y potente; el mago encarna la tormenta y también la montaña, y su presencia es como las figuraciones de los sueños, pero provoca verdaderamente la aceleración del pulso en quien lo mira. ¿Quién posee a quién? ¿Quién hechiza a quién? Son las bodas del cuerpo con metamorfosis conquistadas al fuego de una disciplina de siglos.
Afortunadamente, el director Roberto Rizzi Brignoli comprende que Tchaikovsky, como pocos, captó los atributos eróticos —y, por ende, transfigurables— del ballet y, al mando de la Orquesta Sinfónica de las Américas, brinda la adecuada lógica de amalgamas musicales establecida originalmente por el compositor ruso para que los pasajes de esta coreografía emblemática proyecten su máximo potencial: un ir y venir de encantamientos que modifican lo aparente para revelar las condiciones de lo fundamental.
Hay versiones de El lago de los cisnes que se centran en un punto específico, como la que a sus 47 años bailaba Margot Fonteyn con Rudolf Nureyev, donde no importó que la orquesta actuara de forma regular o que el cuerpo del Ballet de la Ópera de Viena pareciera un relleno; pero hay otras que ponen el acento dramático en la exaltación de lo imaginario y, por ello, necesitan que sus acciones fluyan sin quebranto. La propuesta coreográfica de Bourmeister —que deja casi intacto el diseño de Lev Ivanov para el segundo acto— pertenece visiblemente a la segunda clase. Por eso no importa que la bella Simona no dé los treinta y dos fouettés que se estiman de rigor, ni que Alessandro Grillo, un Siegfried de lujo, exhiba un potencial que pide solos entre los intersticios de cada pas de deux: esta puesta en escena fluye por sus climas, acentos y ritmos exactos. El Ballet del Teatro alla Scala de Milán, bajo la erudición coreográfica de Frederic Olivieri, en su primera visita a México, reivindica el origen del ballet como invento nacido en la geografía física y espiritual del pueblo italiano.
Con Sueño de una noche de verano la agrupación italiana transmite ahora el mensaje central de la palabra gala: ceremonial, convivio. Ni encuentro fortuito ni comunicación apresurada, sino intercambio deleitoso de conocimientos especiales. Por eso, los miles que a punto estamos de abarrotar las más de seis mil butacas disponibles en el Auditorio sabemos, sin saber, que somos uno. Nos hemos entregado de manera colectiva al acontecimiento creado por el Ballet alla Scala, porque su realidad, trazada magistralmente por George Balanchine, el maestro estadounidense de la danza neoclásica, con sus hadas y elíxires de amor, sus juegos sexuales y ritos sensuales, convence de que la fantasía estival capturada para siempre por Shakespeare y musicalizada con la misma fecha de caducidad por Felix Mendelssohn, es lo único que verdaderamente puede suceder en este momento.
Penetramos con facilidad en el universo estético del fundador de la academia norteamericana de ballet. En él hay velocidad, que se define por la exactitud de las dosis energéticas: secuencia de virtuosismos que suceden en los tiempos precisos, de la manera más afortunada; poses que alcanzan su arquetipo; unísonos que complacen la expectativa rítmica; de vez en cuando, una gentil proeza. Se dice que Mister B. solía citar en sus ensayos la sentencia del escritor inglés G. K. Chesterton que reza: “Todo lo que se puede hacer, se puede hacer con elegancia”. En este trabajo la máxima estética se manifiesta cabalmente.
Son los reyes de la fantasía, Oberon y Titania, quienes resuelven las intrigas humanas en esta deliciosa comedia, y no sin complicidad permiten que algo de la pasión bestial de los mortales impregne el erotismo desatado por Puck, el espíritu del Tiempo, caracterizado magistralmente por Ricardo Massimi. La Orquesta Sinfónica de las Américas, una vez más, al mando de Roberto Rizzi Brignoli, comprende de modo justo la paleta acústica tejida por guías teatrales, coreográficas y musicales. Cabe mencionar que el Coro del Teatro de la Scala y los cantantes solistas participantes, con su emotiva entrega y concentración, completan con armonía el tan anhelado sentido de congruencia.
Un acento de emotividad hace más poderoso el cierre de la obra. Se trata de las treinta y dos niñas mexicanas que, luego de quedar seleccionadas en una audición, actúan entre estos feroces bailarines con la desenvoltura inocente de quien auténticamente está gozando el cumplimiento de un deseo que no esperaba tan de pronto ni con tal magnitud.
En su primera visita a México, el Ballet del Teatro de la Scala de Milán marcó un nivel de excelencia que sus testigos no debemos olvidar. Los amantes de la danza, porque de tal materia está construido el destino mejor del arte coreográfico; los legos, porque ante este tipo de experiencias se abren senderos de inédito placer que sin duda continuarán engalanando —así, cual ceremonias destacadas— las programaciones del Auditorio Nacional.
En torno al cisne más ilustre
Las historias de doncellas que se convierten en aves (y viceversa) datan de una antigüedad imposible de fechar; brotan en diversas culturas e invariablemente poseen una encantadora carga erótica. Como fuentes de inspiración de este ballet se han citado la mitología de la antigua Grecia, pasajes de Las mil y una noches, la leyenda celta del hijo del Rey Lir (transformado en cisne por su celosa madrastra), The Wild Swans de Hans Christian Andersen y Tzar Saltan de Pushkin, e incluso elementos de la ópera Lohengrin, de Richard Wagner.
La versión más famosa de esta obra es la de Ivanov y Petipa, trazada después de la muerte de Tchaikovsky. Marius Petipa ya era célebre como coreógrafo magistral; pero una aportación que cambió la perspectiva del ballet provino de su ayudante, Lev Ivanov, autor del famoso segundo acto —retomado por Bourmeister—, quien incorporó al cuerpo de baile como parte integral del drama, siguiendo directamente la lógica del discurso orquestal.
La italiana Pierina Legnani, calificada por un crítico como el ideal supremo del movimiento plástico, introdujo en 1892 la hoy famosa variación de los 32 fouettés —giros de considerable dificultad técnica— en el Pas de Deux del Cisne Negro. Desde entonces es el tour de force inevitable para los intérpretes.
Datos curiosos en torno al Teatro alla Scala
Fue fundado con el auspicio de la Emperatriz María Teresa de Austria para reemplazar la Casa de Ópera de Milán, consumida por un incendio. Fue inaugurado el 3 de agosto de 1778 con una puesta operística de Antonio Salieri, L’Europa riconosciuta.
La primera referencia importante de un ballet sobre Sueño de una noche de verano data de 1855 y proviene precisamente del Teatro alla Scala, de Milán. Su autoría se atribuye al coreógrafo Giovanni Corsati y al compositor Giorza.
Las tres bailarinas que dieron gloria al periodo romántico del ballet europeo brillaron en el legendario teatro de Milán: Marie Taglioni, Fanny Cerrito y Fanny Elssler. Después de la Segunda Guerra Mundial lo harían Margot Fonteyn, Serge Lifar, Maya Plissetskaya y Rudolf Nureyev. (G.E.R.)
El lago de los cisnes
Première mundial: 24 de abril de 1953, Teatro Lírico Stanislavsky y Nevirovich-Danchenko, Moscú
Música
Piotr Illich Tchaikovsky
Coreografía
Vladimir Bourmeister
Director del Ballet del Teatro de la Scala de Milán
Frédéric Olivieri
Montaje
Florence Clerc, Frédéric Olivieri
Escenografía y vestuario
Roberta Guidi di Bagno
Elenco principal
Odette /Odile Marta Romagna / Simona Noja
Siegfried Mick Zeni / Alessandro
Grillo
Bufón Antonio Sutera / Mauricio
Licitra
Rothbart Mauricio Tamellini
Princesa Gilda Gelati
Reina Flavia Vallone
Pas de Quatre Maria Francesca Garritano / Sophie
Sarrote / Massimo dalla Mora / Ricardo Massimi
y 63 bailarines del cuerpo de baile
Sueño de una noche de verano
Première mundial: 17 de enero de 1962, New York City Ballet, City Center, Nueva York
Música
Felix Mendelssohn
Coreografía
George Balanchine
Director del Ballet del Teatro de la Scala de Milán
Frédéric Olivieri
Montaje
Patricia Neary, Sara Leland
Escenografía y vestuario
Luisa Spinatelli
Elenco Principal
Titania Gilda
Gelati / Martha Romagna
Oberon Alessandro
Grillo / Antonio Sutera
Caballero de
Titania Mick Zeni / Riccardo Massimi
Puck Riccardo
Massimi /Maurizio Licitra
Elena Laura
Caccialanza / Lara Montanaro
Ermia Maria
Francesca Garritano
Demetrio Vittorio
D’Amato
Lisandro Michele
Villanova
Hipólita Isabel
Seabra
Teseo Matthew
Endicott
Bottom Biagio
Tambone
Mariposa Sophie
Sarrote
Pas de Deux - segundo acto: Gilda Gelati / Marta Romagna y Mick Zeni
63 elementos del cuerpo de baile y 32 estudiantes de ballet mexicanas.
Músicos
Orquesta Sinfónica de las Américas
Coro del Teatro de la Scala
Roberto Rizzi Brignoli, director huésped
Soprano
Alexandra Ruffini
Mezzo soprano
Natalia Gavrilan
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